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jueves, 26 de marzo de 2009

Gaya Nuño en Valdenoceda: la imposibilidad absoluta de doblegarse ante nada ni ante nadie

Cuando en la Semana Santa de 1941 un grupo de presos republicanos antifranquistas de la Prisión Central de Valdenoceda (norte de Burgos) decidió plantarse y hacer frente en el patio de la cárcel a los traidores armados vencedores de la criminal guerra por ellos auspiciada y a los furibundos curas que les santificaban, no podían sospechar que ese heroico gesto, que ellos interpretan como postrer y funesto, iba a acabar salvando la vida de muchos de ellos. Treinta y dos hombres, algunos aún muchachos, desesperados pero serenos y caracterizados por su gran predicamento entre los prisioneros, decidieron retar a la legión de sacerdotes jesuitas venidos expresamente desde Oña para catequizarlos y a los armados que los custodiaban, mediante los sencillos gestos de permanecer en pie frente al Santísimo, al oficiante y a la Dirección de la prisión en plena misa solemne y negarse a comulgar. El revuelo fue enorme. Arrestados, fueron conducidos entre golpes y empujones a celdas de castigo y rápidamente sometidos a expedientes, que desembocaron meses después en traslados obligados a durísimos batallones de forzados y a terribles penales con fama de aniquilar cuerpos y almas. Entre esta treintena de hombres se encontraban Juan Antonio Gaya Nuño, Ernesto Sempere Villarubia y Gabriel Martínez.

Juan Antonio Gaya Nuño nació en Tardelcuende, Soria, en 1913. En 1920 marchó a residir en la capital junto con su familia, la cual destacaba entre la sociedad soriana por su prestigio y en su calidad de intelectual y progresista. Su padre, el doctor Gaya Tovar, era médico-ginecólogo, humanista y un hombre muy conocido en Soria por su marcado carácter republicana. Su hermano mayor, Benito Gaya Nuño, fue catedrático de Griego e intelectual. Amparo, la pequeña de los tres hermanos, fue catedrática de Ciencias Naturales y directora del Instituto Antonio Machado, de Soria. El 18 de julio de 1936, Juan Antonio era ya un notable erudito e historiador profundamente formado en cultura clásica que contaba con 23 años de edad y que se encontraba en Madrid, pues acababa de recibir el premio extraordinario de doctorado en Filosofía y Letras con su tesis sobre El Románico en la provincia de Soria. En agosto de ese año recibió la noticia de que su padre había sido fusilado por las fuerzas franquistas en Soria, y en septiembre se alistó en el Ejército Popular Republicano (EPR), alcanzando en el mismo el grado de capitán del Batallón Numancia, actuando principalmente en el frente de Guadalajara. Tras la derrota, Gaya Nuño fue hecho prisionero y condenado a veinte años de cárcel.

Juan Antonio Gaya Nuño

Gaya tenía una gran personalidad y un fuerte carácter, que le impedía doblegarse ante la adversidad. Pero huérfano de padre asesinado, y prisionero en Valdenoceda, Juan Antonio cayó en un profundo estado de abatimiento y depresión. Fue allí donde le conoció Ernesto Sempere Villarrubia, joven cordobés afincado en Ciudad Real, voluntario con 15 años en la 88ª Brigada Mixta de inspiración anarquista, también, al igual que Gaya, con su padre fusilado por su responsabilidad política y militar (presidente de Unión Republicana en Ciudad Real y Teniente Coronel en el EPR) y así mismo condenado a la pena de 20 años y un día. Leamos en algunos apuntes de las Memorias de Sempere su particular encuentro y andanzas con Gaya Nuño:

Imagen (ortofoto) de Valdenoceda desde satélite. Puede apreciarse con facilidad cómo el Río Ebro es encauzado aguas abajo para que un ramal pase por debajo del humedo e infecto caserón de la Prisión.

“En el mes de septiembre de 1940 y con 19 años de edad me incluyeron, como penado, en una tanda de cincuenta hombres con rumbo a un penal lejano y desconocido llamado Valdenoceda. Después de un pavoroso viaje desde Ciudad Real hasta Burgos (unos 500 kms) en un vagón de ganado precintado a la salida y soportando frecuentes y largas paradas, hambre, sed, frío, defecaciones, vómitos y desmayos, llegamos a Burgos donde ya nos esperaban en la estación un par de camiones entoldados, que nos condujeron al penal".

"Esta segunda parte del éxodo fue corta pero espeluznante. Rodeados de guardias civiles, el dedo en el gatillo de sus fusiles, bajamos por una carretera sinuosa plagada de curvas cerradas y de peligros hasta llegar sin novedad al recinto carcelario. Tras los trámites en la llegada, cacheo y somero reconocimiento, pude al fin colgarme mi "petate" a la espalda (envoltorio que contenía un jergoncillo de 0,40 centímetros de ancho, relleno de borra, manta y cabezal incluidos) que acompañé con mi mochila y, en su funda, mi inseparable violín. Pasando por patios interiores circundados por grandes bloques de cuatro a seis plantas, fueron ubicándonos a todos. A mí me condujeron hasta uno de los amplios cuartuchos en zona baja de la antigua fábrica de sederías".

Vista aérea de la fábrica de sedas de Valdenoceda en 1925. Trece años después fue reconvertida en temible prisión.

"Caía la tarde de aquel frío y nuboso mes de septiembre de 1940. La noche se echaba encima y me impresionó la vejez de aquellos edificios. Prácticamente se caían a pedazos. Los techos y los suelos eran de madera invadida por la carcoma y por legiones de chinches que, sin esperar a que llegara mayor oscuridad, bajaban a cientos por las paredes e invadían el recinto decididos a chupar la poca sangre que quedara en tantas famélicas personas. Me asignaron sitio. Colgué mi mochila y mi violín y preparé mi "petate" que servía de asiento y de cama donde, dada su escasa anchura, solo podías en ella dormir de lado".

"Enfrente de mí y recostado en su colchoneta, yacía un hombre de unos 30 años, cara tristísima y cabeza poblada ya en gran parte por canas. Era Juan Antonio Gaya Nuño, capitán republicano en el batallón Numancia y hombre de letras. Un cigarro pendía de su boca y la ceniza se extendía por su jersey sin que él hiciera ademán de limpiarse. Me impresionó. Era, todo él, la imagen de la más absoluta desesperanza. A su alrededor, cuatro compañeros intentaban reanimarle, hablándole, contándole las mil peripecias diarias, cotilleos y hablillas de un Penal donde vivían unas mil trescientas almas, muriendo muchos de ellos. Pero aquel hombre desesperado seguía distante y desfallecido, como si estuviera en un mundo aparte, lejos de allí y de todos".

"Alguien del grupo vino hasta mí. Inquirió:

- ¿De dónde vienes, chaval y cómo te llamas?

- Vengo de la Prisión Provincial número 2 de Ciudad Real --contesté--. Me llamo Ernesto Sempere.

- Eres preso político, ¿verdad? ¿Tienes mucha condena?

- Si, lo soy --repuse--. Y traigo sólo veinte años y un día.

Se echó a reír.

-¡Vaya, vaya! Bueno, no te desanimes. Pero dime, ¿de verdad tocas el violín?

- Hago lo que puedo --le contesté-- Aunque sólo me atrevo con piezas sencillas.

- Por favor --continuó-- ¿quisieras tocar algo que pueda animar a Juan Antonio? Mira, te explico. Es un historiador de Soria, de Taldercuende. Fue torturado y condenado a muerte en su tierra y su padre ha sido fusilado. Lleva unos días caído en una profunda depresión. Se está dejando morir. ¿Quieres que intentemos, con tu música, sacarlo del negro pozo en que ha caído?

- Acabo de llegar de un viaje infernal --contesté-- y estoy rendido. También a mi padre lo fusilaron hace dos meses. Pero haré lo que pueda".

"Saqué mi violín y toqué algunas canciones de entonces, "La Parrala", "Ay, Maricruz" y otras. El ambiente se alegró, algunos presos ajenos al grupo se pusieron a cantar, a bailar unos con otros y a hacer el oso. Fue curioso ver cómo en medio del hambre, la tristeza y el horror, la música, aunque fuera modesta, constituía motivo para la algaraza, la confusión y el bullicio con olvido momentáneo de tanta desventura. Y lo mejor fue que Juan Antonio Gaya Nuño, el Licenciado en arqueología e idiomas orientales, profesor de Instituto en la cátedra de Historia Universal, opositor a la universidad, capitán republicano en nuestra lucha y gran futuro valor nacional, pareció despertar de su letargo y palmeó levemente".

"Sus cuatro amigos --dos de ellos médicos vascos y un tercero psicólogo-- radiantes y contentos bromearon:

- ¡Sempere, toma un cigarro, chaval. Te vamos a nombrar violinista de Hamelín!

Y Gaya interrumpe y dice con débil voz:

- ¿Cómo decías que te llamabas, muchacho?

- Sempere, me llamo Sempere --contesté--.

- Pues desde ahora pasas a ser de nuestro equipo y te llamaremos "Semperito".

Y así, entre aplausos y palmadas en la espalda, pase a ser del grupo. No sabía entonces que sería conocido como alguien de los "trece de la fama" y que por ello salve la vida".

Más de 50 años después del cierre de la prisión de Valdenoceda y entre los intersticios de su muro externo, fue encontrada una muy manida baraja de 36 naipes, hechos a mano muy probablemente por presos del penal, utilizando para ello papel de estraza. Las temibles condiciones infrahumanas en las que malvivían los presos no impedían sin embargo que agudizaran su ingenio para sobreponerse a la adversidad. Reproduzco aquí el As de Oros.

"El grupo se tomó en serio asesorarme y advertirme respecto a situaciones y peligros con los que iba a enfrentarme en el Penal diariamente, aparte de concretarme cuáles serían mis obligaciones como miembro de aquella pequeña colectividad. [….] En el grupo me apreciaban y este afecto subió de tono cuando saqué una talega que traía desde Ciudad Real y que contenía unos 20 kilos de harina de almortas, con las que preparar las celebres "gachas de pitos" manchegas. La entregué al grupo y con ellas nos alimentamos varios días. Mi violín seguía sonando y amenizando la vida en la nave. Además, contribuía a disimular el hambre que todos pasábamos [...] .

"Juan Antonio Gaya iba restableciéndose, con lentitud pero con asiduidad. Alguien del grupo se inventó un "Certamen Literario". Todos escribiríamos algo --novela corta, poesía, cuento-- y Gaya sería el que actuaría de juez calificador. Así lo hicimos y constituyó un éxito. El premio consistía en un cartón redondo, dibujado y coloreado, donde aparecía una figura y un lema. Yo escribí un cuentecillo titulado "El hombre que se quería matar" y cada cual hizo lo que pudo. Gaya estudió todos los trabajos con interés y adjudicó el premio. Realmente el premiado fue él. El "Certamen Literario" terminó de sacarlo de la tremenda depresión que padecía y recuperó su alegría y las ganas de vivir".

Gaya Nuño junto con otros compañeros de reclusión en la Prisión de Valdenoceda. Es el segundo por la izquierda, en la fila superior. La imagen ha sido extraída de un reportaje centrado en Gaya publicado el pasado 8 de diciembre de 2008 en el "Diario de Soria" (edición local del periódico "EL MUNDO").


"Yo había llegado a Valdenoceda en Septiembre de 1940 y a poco tuvimos que enfrentarnos al invierno que en aquella zona fue tremendamente duro. En noviembre soportamos fuertes nevadas que se repitieron en Enero de 1941. La puerta de entrada a nuestra nave quedó obturada por la nieve hasta unos sesenta centímetros de altura. Como además se heló nos costó mucho trabajo dejar libre la salida, lo que no tuvimos más remedio que hacer ya que la corneta mañanera había ya sonado en llamada para el "desayuno", un cazo de achicoria, levemente azucarada, que, al menos, calentaba las tripas. (NOTA del autor del blog: en los tres meses (febrero, marzo y abril) de aquel terrible invierno anteriores a la semana santa de 1941, fallecieron en la prisión de Valdenoceda --auténtico matadero de antifranquistas-- 30 presos republicanos víctimas del maltrato, el hambre y el frío)”.

Fue ya casi finalizado el invierno de este año 1941 cuando ocurrió el transcendental suceso al que hacía referencia en el inicio de la entrada. La Cuaresma de aquel año se inició el miércoles de ceniza 26 de febrero, y las fechas estipuladas para la Semana Santa marcaban como Domingo de Ramos el día 6 de abril. Con este motivo y dentro de la política de evangelización impulsada por el Nazionalcatolicismo, se desarrolló en el interior de la prisión, una asfixiante campaña de cristianización obligatoria de los reclusos, llevada a cabo por fervorosos curas jesuitas venidos de Oña. Durante la misma, o quizás como consecuencia de ella, una treintena de presos, entre ellos Juan Antonio Gaya Nuño y Ernesto Sempere, permaneció de pie frente al Santísimo durante el curso de una solemne misa, exteriorizando así su protesta por la actitud de los eclesiásticos y de la dirección del centro. Todos ellos fueron castigados: 12 con traslado forzoso al Batallón Disciplinario de Soldados Trabajadores de Belchite, 5 al Batallón de Brunete; 1 a Alcalá de Henares; 1, Gabriel Martínez --preso aún superviviente en 2009— a la Prisión de Talavera de la Reina; y 13, a los que se les conocería más tarde con el sobrenombre de “Los trece de la fama”, a la temible Prisión Provincial de Las Palmas de Gran Canaria, cárcel que se conceptuaba como un durísimo penal de castigo, del que era harto difícil salir con vida. Estos trece presos eran Pablo Ávila Menoyo, Humberto Blanco Moreno, Manuel Castillo García-Negrete, Santiago De la Cruz Touchard, Luis Díaz Serrano, Ángel Galarreta Maestre, Pedro Garrigos Sevilla, Juan José Genose Coronas, José Goicuría Ibarra, Antonio Moraleda Gutiérrez, Manuel Pons Quibus, y los ya mencionados Juan Antonio Gaya Nuño y Ernesto Sempere Villarrubia.

Durante el viaje de traslado, que comenzó en octubre de 1941 y que duró cerca de un mes, Gaya, Sempere y sus compañeros pensaron con frecuencia que no llegarían a Las Palmas y que en cualquier recoveco de las carreteras que recorrieron serían fusilados. Atados con alambres de tres en tres, fueron montados en un camión y custodiados por guardias civiles, llegaron a Villarcayo, donde permanecieron una noche encerrados en el calabozo municipal, en los bajos del edificio del ayuntamiento. Después, partieron en tren rumbo a Burgos. “La mitad del vagón la ocupábamos los trece presos y los guardias civiles que nos custodiaban. El resto del vagón lo tenían los viajeros normales. Nos miraban con miedo, que desaparecía al comprobar que nos llevaban bien atados con aquellos alambres que se incrustaban en las muñecas, sobre todo, al que se encontraba en el medio que llevaba las dos manos atadas”.

Dos días estuvieron encerrados en la cárcel provincial, ubicada en una de las calles del casco viejo, tras lo cual volvieron a ser embarcados en otro tren, en el que tardaron un día en llegar a la Estación del Norte en Madrid. Desde aquí, fueron enviados a la cárcel de Porlier, “en cuya estancia nos tuvieron durante una semana. Partimos hacia Córdoba y desde aquí a Sevilla. En la ciudad de la Giralda, ocurrió un suceso curioso y gracioso. Al llegar a la ciudad, preguntamos a los guardias que nos vigilaban si se encontraba lejos la prisión. Como su respuesta fuera afirmativa, de que por lo menos tendríamos que andar más de dos horas, con aquel calor y esposados con aquellos alambres. Juan Antonio Gaya Nuño se dirigió al que comandaba el grupo y le dijo: “Señor guardia, ¿qué le parece si le damos dinero y alquila un coche que nos lleve hasta la prisión y ahorrarnos la calorina que hace?”. El guardia no puso inconveniente. Gaya nos reunió, contó el dinero que teníamos entre los trece y entregó parte al guardia. Llegamos a la cárcel montados en un autobús los trece de la fama y los guardias civiles. Fue todo un espectáculo la entrada en la prisión. El más sorprendido fue el guardia del rastrillo que no daba crédito al vernos descender de un autobús de viajeros. Se encogió de hombros, abrió la cancela y nos adentramos en el penal, donde permanecimos una semana encerrados, antes de partir hacía Cádiz a tomar el ferry que nos trasladaría a Las Palmas. El recorrido de Sevilla a Cádiz, lo hicimos en un tren de viajeros, y nos pareció corto a pesar de las horas transcurridas. El motivo consistió en que Gaya pidió permiso a los guardias para dar una conferencia sobre diversos temas. Le pusieron como condición que su disertación no tuviera sesgos políticos. Gaya aceptó y nos deleito a los presos, guardias y viajeros con una conferencia sobre Roma y Atila que dejo a todos asombrados y perplejos de su conocimiento sobre estos temas. Tenía gracia al narrar, debido a que siseaba cuando hablaba, lo que imprimía cierto tono especial a lo que contaba".

Orden de libertad condicional con destierro de Gaya Nuño publicada en un B.O.E. de marzo de 1943.

"Finalmente, embarcamos en Cádiz en un barco antiguo que desde hacia años efectuaba la travesía a las Islas Canarias. El trayecto era peligroso, había que tener en cuenta que estábamos en plena guerra mundial y por donde navegábamos era una ruta utilizada por barcos alemanes e ingleses. En la cubierta del ferry se había pintado una enorme bandera roja y gualda, para demostrar la imparcialidad de España en dicha guerra. Lo cierto fue, que a mitad del trayecto nos abordó un barco ingles. Después del registro correspondiente y de conversar con el capitán, nos dejaron seguir. Al cabo de unos días avistamos el puerto de Las Palmas. Cómo en todos los sitios que habíamos parado, nos condujeron esposados al penal, donde según las noticias que teníamos no saldríamos con vida.

Nos recibió un individuo delgado, con un bigotillo apenas perceptible, moreno, alto, vestido con un traje blanco, de tela fina como de seda, tocado con un enorme sombrero, cara afilada, surcada por unas pobladas patillas. Llevaba una fusta con la que golpeaba continuamente las botas altas, lustrosas, que se dejaban ver a través del pantalón embutido en ellas. Lo primero que hizo fue largarnos una filípica, para meternos el miedo en el cuerpo y verdad que lo logró. Cuándo preguntamos quien era aquel personaje, nos contestaron que el director del penal.

Nos distribuyeron en varias celdas para cumplir la cuarentena, práctica común en todos los presidios, para evitar contagios y comunicación entre los reclusos. La sorpresa cundió en la noche, cuando dos presos se acercaron a las celdas gritando ¡Ha llegado la hora de la cena!. Abrieron las celdas y tardamos en sobreponernos de aquella sorpresa, traían unos platos repletos de garbanzos con un trozo de chorizo y tocino. No lo podíamos creer. Hacía años que no comíamos aquellos manjares. Acostumbrados como estábamos a la bazofia de Valdenoceda, nos pareció un lujo y más cuando nos dijeron que no guardásemos el plato que a continuación nos traerían un par de huevos fritos y dos plátanos para cada uno, acompañados de medio kilo de pan.

La temida prisión de Canarias (Las Palmas) terminó siendo una bendición para nosotros. Pitanza abundante y bien sazonada[...]:

"…Esto es un cielo…" decía el Catedrático de Historia Gaya Nuño. "…y estamos aquí por no querer comulgar. Qué verdad es que Dios escribe recto con renglones torcidos…".

Hasta aquí, las alusiones a Juan Antonio Gaya Nuño que figuran en las Memorias de Ernesto Sempere.

Gaya Nuño recibió su libertad condicional en marzo de 1943. Al negarse a acatar los Principios Fundamentales del Movimiento, no pudo llegar a ejercer como profesor y catedrático en su materia, por lo que tuvo de centrar su actividad profesional en la investigación histórica y en la publicación de numerosas obras de Historia del Arte, así como en la narrativa, destacando en ella por su agilidad y realismo, magistralmente expuesto en narraciones como “El Santero de San Saturio” o los cuentos cortos ambientados en la Guerra Civil y en la postguerra titulados “Los Gatos Salvajes”. Miembro de la Hispanic Society de Nueva York y del Instituto de Coimbra, Gaya fue el paradigma de los eruditos, críticos e historiadores apasionados por el arte español. Fue monografista de Murillo, Goya, Velázquez, Zurbarán, Morales, Fernando Gallego, Cossío, Picasso, etc., ... y creador de una prolífica obra multidisciplinar con 70 libros, y más de 700 publicaciones breves, folletos, separatas, artículos, prólogos, ensayos y decenas de ediciones, entre ellas la más cualificada Historia del Arte español publicada en nuestro país. Juan Antonio Gaya Nuño falleció en 1976. En palabras de su esposa, Concha de Marco, “Nuño significa la imposibilidad absoluta de doblegarse ante nada ni ante nadie".

Por su parte, tras su paso por la Prisión de las Palmas y su liberación condicional con pena de destierro en noviembre de 1943, Ernesto Sempere fue alistado a la fuerza en el 94 Batallón Disciplinario de Soldados Trabajadores penados (radicado en el Campo de Gibraltar), en el que permaneció preso hasta mediados de 1947. En diciembre de 1948 se le comunicó la concesión del indulto de la pena de reclusión, permaneciendo desterrado de su ciudad de residencia y con obligación de presentación periódica a las autoridades hasta mediados de la década de los 50. Durante los siguientes cincuenta años, Ernesto Sempere aprendió a sobrevivir, se negó a olvidar y se obligó a perdonar. Fundamentó su nueva vida en el amor a su familia (su esposa --Otilia Luján--, sus 8 hijos, sus nueras, sus 16 nietos) y a la creación artística y musical. Murió el 13 de enero de 2005, rodeado de todos los suyos.

Ruinoso estado actual (2009) del caserón en el que se radicó entre 1938 y 1943 la prisión de exterminio de Valdenoceda, Burgos, a orillas del alto Ebro. Cerca de 200 presos recibieron allí la muerte. La imagen procede del "Diario de Burgos".


Numerosas entradas y cerca de una veintena de fotografías en este blog de "Todos los Rostros" aluden a la prisión de Valdenoceda. Pueden verse en:

"Burgos, Capital (y provincia) de la Cruzada y de la Represión"

"Valdenoceda: 160 muertos sobre el río Ebro"

"El infame rancho"

"Ernesto Sempere e Isaac Arenal en 1941 en el patio de la Prisión de Valdenoceda"

"Juan Rodríguez y Tomás Huéscar en el patio de la Prisión Central de Valdenoceda (Burgos), en 1942"

"Banda de Música de la Prisión central de Valdenoceda (Burgos) en 1941"

"Blog de Imágenes en Homenaje a los represaliados"

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